Capítulo 4: Compartir habitación también es resistir

 “No era solo una cama. Era ceder mis límites. Era dormir con mi sombra y la sombra de otra.”

Convivencias forzadas, aprendizajes invisibles



Compartir habitación suena fácil hasta que tu intimidad depende del respeto ajeno. La cama que me asignaron no tenía sábanas, pero el verdadero despojo no fue físico: fue emocional. Dormir en una habitación con otras personas a los que no conocía, en un País que no comprendía, fue uno de los mayores desafíos.

Cada noche era una coreografía silenciosa. ¿La ventana se deja abierta? ¿Quién apaga la luz? ¿Cómo cerrar la puerta sin parecer brusca? Pequeñas cosas que en Colombia ni pensaba, aquí se volvieron puntos de fricción, tensión y hasta angustia.

Había ronquidos. Había días de mal humor. Y también hubo ternura. A veces compartíamos el té. A veces hablábamos con señas y gestos que, increíblemente, decían más que las palabras. Otras veces, el silencio era la única forma de coexistencia.

 

Habitar el espacio como forma de lucha

Lo que más me costó fue perder mi refugio: Mi cuarto, mi espacio. Esa esquina donde una puede llorar sin testigos. Aquí no había puerta con seguro. Solo una cama y una cobija de doscientos usos. A veces ni eso.

Empecé a notar que muchas mujeres ahí llevaban semanas sin trabajar. Esperaban su turno. Su empresa. Su contrato. Se peinaban cada mañana como si algo fuera a cambiar. Pero todo seguía igual. Y ese desgaste cotidiano nos unía en una fraternidad silenciosa.

La convivencia forzada se convirtió en una escuela de paciencia, de límites, de autocuidado. Aprendí a negociar. A ceder. A respirar hondo cuando todo me irritaba. Aprendí que compartir la mesa con otros que tampoco entiende el idioma es, también, una forma de sobrevivencia.

 

Cierre del capítulo

Dormir con otros no era solo compartir espacio, era compartir dolor. Era compartir la espera. Y entender que migrar no es una historia individual: es una experiencia colectiva, a veces cruda, pero también profundamente humana.

Hoy sé que esa cama incómoda también fue mi maestra. Porque resistir juntos es menos pesado que resistir sola.


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