“No todos los finales son fracasos. A veces perder el trabajo es volver a encontrarse.”
El día en que se rompió todo (y algo sanó)
Ese día llegué radiante al trabajo.
Me sentía más estable, más enfocada, con una energía tranquila que hacía días
no reconocía en mí. Había dormido bien, desayunado sin prisa y hasta me había
permitido escuchar música de camino. Todo parecía alinearse, como si por fin el
cuerpo y la mente caminaran al mismo ritmo.
Pero al cruzar la puerta del almacén, algo en el ambiente se sintió
distinto. Era una sensación densa, extraña, pero real. Los compañeros estaban
más callados, las miradas eran esquivas, el ruido de las máquinas sonaba más
metálico, más frío.
Algo había cambiado —aunque nadie lo dijera en voz alta— y mi cuerpo lo
percibió antes que mi razón.
Respiré hondo, intenté mantener la calma y repetí mentalmente: “solo
concéntrate, haz lo tuyo, fluye”. Pero esa sensación siguió ahí, como una
advertencia silenciosa de que ese día, algo —quizá pequeño o quizá enorme— iba
a moverse dentro de la rutina.
En cuestión de minutos, cometí un error técnico. ️
Una alerta. Una firma. Un acta de compromiso.
Una llamada disfrazada de advertencia.
Todo sucedió tan rápido que apenas tuve tiempo de procesarlo.
tensas, en las metas imposibles que ya nadie alcanzaba.
Mi cuerpo lo supo antes que mi mente. Sentí esa electricidad detrás del cuello. Esa punzada en el pecho. Y aunque dolía, también había una parte de mí que, en el fondo, lo sabía hacía tiempo. Era el presentimiento inconfundible del final.
Un final que no empezó con ese error, sino mucho antes: En los silencios, en
las miradas.
Llevaba meses dando
todo. Exigiéndome. Intentando alcanzar objetivos inalcanzables. Aguantando
jornadas duras, sin resultados proporcionales. Empecé a notar que mi
productividad se medía en puntos, no en humanidad. Cada fallo era una amenaza.
Ese día, después del
acta, seguí trabajando con el presentimiento de que sería el último. Y lo fue.
Horas más tarde me llegó el mensaje: “Has sido despedida”.
Sentimientos mezclados
Sentí una descarga:
rabia, tristeza, alivio. Me dolió no haber podido cumplir. Me dolió en el ego. Pero también respiré. Ya no tendría
que volver a ese lugar de presión y despersonalización. Me liberaron. O me
liberé. O ambas.
Y en medio del caos,
surgieron preguntas nuevas: ¿Si estaba incómoda, por qué no me fui antes? ¿Era
miedo al cambio? ¿A fracasar? ¿A repetir errores? ¿Me estaba quedando por
convicción o por resignación?
Cierre del capítulo
Polonia no fue un
país, fue una escuela. Una que enseñaba con rudeza. Que rompía estructuras. Que
no pedía permiso para confrontarte. Ser despedida no fue un castigo. Fue la
puerta que no me atrevía a abrir.
Y ahora sé que a
veces perder un trabajo es salvarse de perderse a una misma.
Si este relato te tocó, compártelo. Que otras voces también se levanten.
📣 Sígueme y acompaña esta historia
migrante:
👉🏽 @sinvisaconvoz
👉🏽
@abogadadianamigrante
#SinVisaConVoz #HistoriaMigrante #VocesQueResisten #HistoriasQueSanan

0 Comentarios