Capítulo 10: Ser despedida también es liberación

“No todos los finales son fracasos. A veces perder el trabajo es volver a encontrarse.”

El día en que se rompió todo (y algo sanó)

Ese día llegué radiante al trabajo.
Me sentía más estable, más enfocada, con una energía tranquila que hacía días no reconocía en mí. Había dormido bien, desayunado sin prisa y hasta me había permitido escuchar música de camino. Todo parecía alinearse, como si por fin el cuerpo y la mente caminaran al mismo ritmo.

Pero al cruzar la puerta del almacén, algo en el ambiente se sintió distinto. Era una sensación densa, extraña, pero real. Los compañeros estaban más callados, las miradas eran esquivas, el ruido de las máquinas sonaba más metálico, más frío.
Algo había cambiado —aunque nadie lo dijera en voz alta— y mi cuerpo lo percibió antes que mi razón.

Respiré hondo, intenté mantener la calma y repetí mentalmente: “solo concéntrate, haz lo tuyo, fluye”. Pero esa sensación siguió ahí, como una advertencia silenciosa de que ese día, algo —quizá pequeño o quizá enorme— iba a moverse dentro de la rutina.

En cuestión de minutos, cometí un error técnico. ️

Una alerta. Una firma. Un acta de compromiso.
Una llamada disfrazada de advertencia.

Todo sucedió tan rápido que apenas tuve tiempo de procesarlo.
tensas, en las metas imposibles que ya nadie alcanzaba.

Mi cuerpo lo supo antes que mi mente. Sentí esa electricidad detrás del cuello. Esa punzada en el pecho. Y aunque dolía, también había una parte de mí que, en el fondo, lo sabía hacía tiempo. Era el presentimiento inconfundible del final.

Un final que no empezó con ese error, sino mucho antes: En los silencios, en las miradas.



Cuando el esfuerzo no basta

Llevaba meses dando todo. Exigiéndome. Intentando alcanzar objetivos inalcanzables. Aguantando jornadas duras, sin resultados proporcionales. Empecé a notar que mi productividad se medía en puntos, no en humanidad. Cada fallo era una amenaza.

Ese día, después del acta, seguí trabajando con el presentimiento de que sería el último. Y lo fue. Horas más tarde me llegó el mensaje: “Has sido despedida”.

Sentimientos mezclados

Sentí una descarga: rabia, tristeza, alivio. Me dolió no haber podido cumplir. Me dolió  en el ego. Pero también respiré. Ya no tendría que volver a ese lugar de presión y despersonalización. Me liberaron. O me liberé. O ambas.

Y en medio del caos, surgieron preguntas nuevas: ¿Si estaba incómoda, por qué no me fui antes? ¿Era miedo al cambio? ¿A fracasar? ¿A repetir errores? ¿Me estaba quedando por convicción o por resignación?

Cierre del capítulo

Polonia no fue un país, fue una escuela. Una que enseñaba con rudeza. Que rompía estructuras. Que no pedía permiso para confrontarte. Ser despedida no fue un castigo. Fue la puerta que no me atrevía a abrir.

Y ahora sé que a veces perder un trabajo es salvarse de perderse a una misma.

 

Si este relato te tocó, compártelo. Que otras voces también se levanten. 

📣 Sígueme y acompaña esta historia migrante:

👉🏽 @sinvisaconvoz
👉🏽 @abogadadianamigrante

#SinVisaConVoz #HistoriaMigrante #VocesQueResisten #HistoriasQueSanan

 



Publicar un comentario

0 Comentarios