“Tener papeles no significa tener voz. A veces el sistema te da una firma, pero no te reconoce.”
Trámites y contradicciones
Recuerdo ver las calles por la ventana de la furgoneta. Polonia era hermosa.
Calles limpias, edificios antiguos, una mezcla de frío y orden. Por primera vez
desde que llegué, sentí un poco de gratitud. Pero también confusión. Porque
mientras me entregaban un número, yo seguía sin entender qué estaba haciendo
ahí.
Con el PESEL vino una cuenta bancaria y nuevas instrucciones. Firmas. Fotos.
Formularios. Todo en un idioma extraño. Todo con la sonrisa falsa de una
estructura que nos quiere dentro, pero que callas.
Una frase que me salvó
Esa noche hablé con Milton, mi mejor amigo. Le dije que no podía más. Que
sentía un pánico oscuro, pegajoso, que no se iba ni con té ni con lágrimas.
Él, con su sabiduría silenciosa, me dijo: “Deja de resistir. Si estás
aquí, es por algo. Atraviésalo. Honra la experiencia.”
Esas palabras me partieron y me reconstruyeron al mismo tiempo. Decidí
respirar. Soltar el miedo. Mirar de frente esa ciudad fría y decirle: “aquí
estoy, aunque no entienda, aunque lo ignore, aunque duela”.
Una foto y una risa
No era que el sistema hubiera cambiado. Era yo, que empezaba a recuperar mi
centro.
Cierre del capítulo
Ese día me di cuenta de que la legalidad no garantiza humanidad. Que tener
papeles no significa tener derechos reales. Pero también entendí que no vine
solo a sobrevivir. Vine a observar. A transformar. A contar.
Y aunque aún duela, ya no me siento tan sola.
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