“Hay llamadas que no salvan, pero al menos sostienen.”
Una llamada desde el abismo
Llamé a mi mamá llorando. Como una niña. Como una mujer rota. Le dije que
esto era una mierda. Que no entendía por qué me había venido. Que me sentía
sola, engañada, asustada. Que no podía más. Que no quería seguir.
Ella, desde el otro lado del mundo, me escuchó en silencio. Cuando hablé
sin parar durante varios minutos, me dijo una frase que no he podido olvidar:
“Diana, tú sabías a lo que te enfrentabas. Esta fue tu decisión. Vívela”.
Su respuesta no fue dulce. No fue lo que quería oír. Pero fue lo que
necesitaba. Me sentí enojada. Pero también tocada por una verdad incómoda.
Tenía razón. Esta había sido mi elección.
La verdad como detonante
Colgué y me quedé mirando al techo. El cuerpo me dolía, pero más me dolía el
alma. Me pregunté qué era lo que más me estaba asfixiando: Si el frío, el
idioma, la incomunicación o la sensación de haberme fallado a mí misma.
Me di cuenta de que lloraba no solo por la situación, sino por lo que
representaba: El fracaso de una ilusión. El golpe de la realidad. La idea de
que todo lo planeado, soñado y proyectado se estaba cayendo como una torre de
cartas mojadas.
Nombrar lo innombrable
En esa conversación comprendí que una de las violencias más grandes era la
invisibilidad. No tener idioma. No tener un lugar propio. No tener a quién
recurrir físicamente. Mi mamá estaba, pero estaba lejos. Mi familia era
amorosa, pero no podía abrazarme. Y esa distancia era más grande que la del
mapa.
Pero esa llamada también me dio una pequeña chispa: La de sobrevivir, aunque
sea solo para demostrarme que podía con esto. Aunque fuera llorando. Aunque
fuera con rabia. Aunque fuera con miedo.
Cierre del capítulo
Esa llamada no resolvió nada, pero me devolvió algo: La conciencia de que
seguía viva, de que podía decidir, incluso en la derrota. Y que reconocer el
dolor también era un acto de valentía.
A veces el único refugio es una voz que te recuerda quién eres, aunque esa
voz también te enfrente a tu verdad.
Si este relato te tocó, compártelo. Que otras voces también se
levanten.
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