"Aquí no hay tiempo para pensar. Solo para rendir. Solo para sobrevivir.”
Comenzar la jornada: precisión o castigo
Un día laboral comienza así:
- Llegar
puntual a la parada del autobús.
- Marcar
tarjeta de entrada para tomar el tiempo.
- Guardar
pertenencias en los lockers y cargar con el carrito reglamentario:
guantes, uniforme limpio, y botella plástica para el agua.
- Conseguir
un scanner que funcione bien (teclado operativo, lector rápido).
- Escoger
una batería decente que aguante mínimo 3 horas seguidas.
- Elegir
una categoría que te permita alcanzar 13,8 puntos por hora.
Parece simple. Pero no lo es. Fallar en cualquiera de estos pasos puede marcar la diferencia entre un día
soportable o un infierno laboral.
El trabajo físico, la rutina y el desgaste
Mi labor consiste en colocar productos en la ubicación correspondiente.
Rápido, sin errores, sin pausas. Cajas, cartones, estibas, plásticos, pedidos
pequeños o gigantes.
Las jornadas duran entre 10 y 12 horas. Monotonía pura.
El ritmo lo marca un número: 13,8. Es el promedio de puntos por hora.
Eso equivale a mover entre 50 y 80 productos por hora, dependiendo del
tamaño y peso.
Si bajas el ritmo, pierdes.
Si fallas, te marcan.
Si no resistes, te reemplazan.
Y entre los pallets, hay peleas. Porque no todos pesan igual.
Unos son más livianos. Otros, imposibles de mover sola.
Pero aquí nadie pregunta si eres hombre o mujer.
Entre el silencio, la violencia y el miedo
No hay equidad. No hay trato justo.
Cargar pallets de 1000 kilos no es opcional. Es parte del día.
Y si te quejas, hay silencio. Si fallas, hay castigo.
El grupo de brigadistas es el
terror: los que hablan fuerte, los que tienen poder, los que deciden si te vas.
Y quienes se salvan son siempre los mismos: ucranianos, filipinos.
Los demás vivimos bajo la amenaza sutil de una “yellow card”.
Esa tarjeta puede invalidar todo tu turno.
Una palabra mal dicha, un gesto, y todo tu esfuerzo se borra.
El único descanso
El único respiro real: 30 minutos para calentar el almuerzo.
Ahí, en ese pequeño paréntesis, puedes recordar que eres humano.
Pero después, vuelve el ritmo.
Vuelve el peso.
Vuelve el conteo.
La segunda parte de la jornada duele más.
El cuerpo pesa, los pies arden, la energía no alcanza.
Pero no importa. La meta sigue siendo la misma: No bajar el rendimiento.
Polonia, tierra de sueldos
“grandes” y cuerpos agotados
Las
agencias lo prometen: 7 u 8 millones mensuales.
Pero nadie cuenta lo que cuesta ese sueldo.
Lo que callan es que no es un salario: Es una deuda física.
Es empujar tu cuerpo al límite en el sector más explotado de Europa: El
almacenaje.
Esa es la
verdad que no aparece en los folletos de trabajo en Colombia.
Esta es la historia que sí merece ser contada.
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levanten.
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