Capítulo 2: El cuerpo como frontera

“Me ahoga no lo que pasa afuera, sino lo que no puedo nombrar por dentro”

Reconocer el paisaje, desconocer el idioma

A la mañana siguiente me levanté tarde, sin saber dónde estaba. Todo parecía una mala broma. Pero mi cuerpo me pidió comer. Fui a la cocina. Compartimos dos ollas entre todos para cocinar. Uno de los chicos me invitó a salir a caminar. El aire frío me despejó.

El paisaje era hermoso. Nevado, limpio, de postal. Pero yo no lo podía disfrutar. Apenas me preguntaron "¿cómo estás?", rompí a llorar. Las calles eran lindas, pero yo me sentía como un bicho raro. Entramos a una tienda. Todo era barato, útil, pero incomprensible. Miraba las etiquetas sin entender nada. Otra vez, las manos me temblaban. Otra vez, sentí que me faltaba el aire. Salí de la tienda a buscar oxígeno.


La verdad sale en una conversación

Ese mismo día, una chica me contó su historia, y me preguntó "¿Tienes visa de trabajo, cierto? “,. Le dije que no. Se le transformó la cara: “¿Cómo qué no? Así no te van a contratar en ningún lado”. Me explicó que sin visa, sin permiso, sin papeles, era casi imposible trabajar legalmente. Que los contratos, si existían, estaban llenos de descuentos, castigos, amenazas y reglas no escritas.

Me congelé. ¿Entonces vine de ilegal? ¿La agencia me mintió? ¿Esta promesa era humo?

Esa noche llamé a mi mamá. Le dije: “Esto es una mierda. Me quiero ir ya”. Ella, con la sabiduría de quien ha vivido más que yo, me dijo: “Diana, tú sabías a lo que venías. Esta es tu decisión. Vívela”.

Y tenía razón. Pero saberlo no lo hace más fácil. A veces, solo necesitaba que alguien me dijera que sí, que esto dolía, y que estaba bien no estar bien.

Cierre del capítulo

En Polonia, mi cuerpo se convirtió en frontera. No solo el idioma, también la piel, el género, el pasaporte. Todo me hacía extranjera.

El cuerpo que cargó la maleta desde Colombia ahora cargaba una verdad incómoda: Había sido engañada. Pero también empezaba a nacer en mí una fuerza desconocida: La de la resistencia.

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